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Adultocentrismo

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La palabra adultocentrismo hace referencia a la existencia de un tipo hegemonía, una relación social asimétrica entre las personas adultas, que ostentan el poder y son el modelo de referencia para la visión del mundo, y otras personas, generalmente niños, adolescentes, jóvenes y personas mayores.

Se trata de una visión del mundo construida sobre y relacionada con el orden social denominado patriarcado, que se caracteriza por las relaciones de dominación sobre las mujeres y las personas menores de edad. Es decir, así como las mujeres han sido excluidas del pensamiento central, a través del androcentrismo, tampoco se han tenido en cuenta a las niñas, niños y personas mayores, es decir, se ha generado adultocentrismo.[1]

El adultocentrismo se traduce en prácticas que sustentan la representación de las personas adultas como un modelo acabado al que aspirar y, a través del cual, cumplir las tareas y aspiraciones sociales. Esta visión orienta las políticas y programas destinadas a las personas jóvenes y mayores.[2]

Clases de edad

El adultocentrismo se relaciona con el concepto de "clases de edad", que se puede explicar como la existencia de diferentes clases sociales en la vida de una persona, ya que dependiendo de su edad se definirán sus derechos, privilegios y deberes. La transición entre estas clases se delimitará, dependiendo de las circunstancias, por momentos como el matrimonio, el empleo, la culminación de estudios o el servicio militar. Se trata de una división variable histórica y culturalmente, construida en el seno de cada grupo social según las condiciones materiales y sociales del momento. Las diversas clases de edad son una construcción social y la sociedad occidental se caracteriza por su adultocentrismo, es decir, el predominio de las personas en etapa adulta y la subordinación de las personas en el resto de edades.

El adultocentrismo es un proceso producido históricamente. Existen numerosos relatos en la historia humana, en diferentes sociedades, que reflejan relaciones entre clases de edad, las describen por su carácter conflictivo y relatan las asimetrías y el autoritarismo que reproducen.[3]

Violencia adultista

Se trata de la forma específica en que se expresa la opresión por edad. Se manifiesta en el ejercicio desigual del poder, en la negación de las personas niñas y adolescentes como interlocutoras válidas para con el mundo adulto, en la subestimación de sus capacidades para asumir responsabilidades y tomar decisiones, en su no reconocimiento como sujetos de pensamiento y por tanto de acción transformadora, en la certeza del mundo adulto de que es posible disponer del cuerpo y la voluntad de los niños y niñas.

La violencia adultista, que funda el modo en que se establece el vínculo intergeneracional en nuestras sociedades, no sólo es ejercida por las personas adultas, sino que también es producida, naturalizada y reproducida por las nuevas generaciones, como corolario del tránsito por un proceso de socialización gestado y gestionado por el mundo adulto. Este hecho se expresa en la aceptación del maltrato intrafamiliar (‘sólo mis papás me pueden pegar’), o en la certeza íntima de que sus pensamientos no valen como los de los más grandes; así como también, en la reproducción de los vínculos adultistas para con personas niñas de menor edad, viéndose en esos casos cómo, por ejemplo, un chico de diez años trata a su hermano de cuatro con las mismas lógicas adultistas con las cuales sus referentes adultos lo tratan a él.[4]

Rasgos

La hegemonía adultocentrista se caracteriza por:

  • Asociar a la figura de la persona menor como una persona en decadencia, a la cual no hay por qué tener en cuenta, sino proteger.
  • Entender que las niñas, niños y adolescentes son proyectos, deben prepararse a través de la educación para incorporarse a un empleo. Por tanto, no son personas preparadas para opinar o decidir en la sociedad.
  • Asociar a la figura joven con el riesgo y la amenaza. La sociedad opta de este modo por la prevención y por las medidas de seguridad.[5]
  • El adultocentrismo se fortalece con la difusión de un estereotipo sobre la juventud que la universaliza, es decir, generaliza y homogeneiza la imagen sobre los comportamientos de sus integrantes. En el imaginario, se aboceta como una persona de clase media o alta, urbana, estudiante, varón, de raza blanca, heterosexual y sin discapacidad. Sin embargo, existe una gran diversidad de jóvenes, teniendo en cuenta además factores como la clase social y económica, rango de estudios, identidad y orientación sexual, raza y diversidad funcional.
  • Se trata de un proceso paradójico, ya que se incluye a estas edades a través de la educación, intervención y protección social, pero se les excluye de la participación ciudadana y la opinión pública.[6]

Véase también

Referencias

  1. Moscoso, María Fernanda. La mirada ausente: Antropología e infancia. Consultado el 5 de abril de 2015. 
  2. Krauskopf, Dina (2003). Participación social y desarrollo en la adolescencia. Costa Rica: Fondo de Población de las Naciones Unidas. p. 17. ISBN 9968-9943-0-8. Consultado el 5 de abril de 2015. 
  3. Duarte Quapper, Claudio (2012). «Sociedades adultocéntricas. Sobre sus orígenes y reproducción». Última década (36): 97-126. Consultado el 5 de abril de 2015. 
  4. Morales, Santiago; Magistris, Gabriela (2018). Niñez en movimiento. Del adultocentrismo a la emancipación. Chirimbote, El Colectivo, Ternura Revelde. Consultado el 23 de noviembre de 2018. 
  5. Amador, Juan Carlos (2013). «Condición juvenil en sociedades adultocéntricas». Revista Tendencias & Retos 18 (2): 141-146. Consultado el 5 de abril de 2015. 
  6. Cézar Dantas, Julio; Rodríguez Tramolao, Sergio (Julio de 2013). Superando el adultocentrismo. UNICEF. Archivado desde el original el 11 de abril de 2015. Consultado el 5 de abril de 2015.