Ir al contenido

Brujas de Zugarramurdi

De Wikipedia, la enciclopedia libre
Esta es una versión antigua de esta página, editada a las 09:53 18 oct 2013 por Libertad 17 (discusión · contribs.). La dirección URL es un enlace permanente a esta versión, que puede ser diferente de la versión actual.
Cueva de Zugarramurdi donde se reunían los brujos y las brujas para celebrar el aquelarre.

Brujas de Zugarramurdi es el nombre con el que se conoce el caso más famoso de la historia de la brujería vasca y posiblemente de la brujería en España. El foco de brujería se encontró en la localidad del Pirineo navarro de Zugarramurdi y el proceso fue llevado por el tribunal de la Inquisición española de Logroño. En el auto de fe celebrado en esa ciudad los días 7 y 8 de noviembre de 1610 dieciocho personas fueron reconciliadas porque confesaron sus culpas y apelaron a la misericordia del tribunal, pero las seis que se resistieron fueron quemadas vivas y cinco en efigie porque ya habían muerto.

Antecendente: la caza de brujas en el país de Labourd (1609)

Mapa de los territorios que constituyen Euskal Herria, con los nombres en euskera.

La persecución de las brujas del Labourd (Lapurdi, en euskera), en el país vasco francés, fue obra del juez del parlement de Burdeos Pierre de Lancre, comisionado por el rey Enrique IV de Francia en respuesta a la petición hecha por los señores D'Amou y D'Uturbie para que acabara con la "plaga" de brujos y de brujas que según ellos asolaba el país. Conocemos la actuación de De Lancre gracias a dos libros que publicó después y que tuvieron un enorme éxito: Tableau de l'inconstance des mauvais anges et demons (1612) y L'incrédulité et mescréance du sortilege plainement convaincue (1622).[1]

La llegada de Lancre y de sus subalternos al Labourd provocó el pánico y muchas familias se dirigieron a Navarra agolpándose en la frontera. En sus dos libros Lancre cuenta lo que creyó averiguar: que se celebraban cualquier día de la semana e incluso de día juntas de brujos y brujas, a las que llaman lane de Aquelarre, en las que se adoraba al macho cabrío, aunque el demonio podía adoptar otras formas –en el Tableau aparecía una lámina de un aquelarre que causó un gran impacto, y que fue arrancada de muchos ejemplares del libro-; que los desastres que acaecían en Labourd, como las grandes tormentas que provocaban naufragios, eran obra de las brujas; que los brujos y brujas usaban ungüentos para poder acudir volando al aquelarre, transformarse en bestias o producir otros prodigios y efectos maléficos; que se celebraban misas negras en las que se consagran hostias negras y cultos satánicos, copiados de los cristianos y a veces oficiados por sacerdotes sacrílegos (lo que provocó que Lancre ordenara la detención y tortura de varios clérigos de la zona, sin más prueba que los testimonios de ciertos "testigos", como el de un sacerdote muy anciano y trastornado que confesó que había dado culto al diablo, y que sería ajusticiado por ello "para servir de ejemplo" –algunos de los sacerdotes encarcelados lograron escapar antes de ser ejecutados-).[2]

Lo que creyó averiguar De Lancre lo obtuvo de declaraciones de niños, de viejos y de adultos sometidos a tortura. Además tuvo que valerse de traductores pues no comprendía el euskera, y como ha señalado Caro Baroja, "a veces transcribe mal los nombres" y de algunas palabras en vasco "parece no haber entendido el significado en una declaración amplia". Así es como De Lancre llegó a la conclusión de que en Labourd había más de tres mil personas que llevaban la marca de la brujería.[3]

Pierre de Lancre mandó quemar a 80 supuestas brujas y el pánico se trasladó a los valles del norte de Navarra.[4]​ Precisamente el núcleo fundamental del nuevo brote de brujería se situó en la zona colindante con el país de Labourd, en el noroeste de Navarra, más concretamente en Zugarramurdi.[5]

El caso de la brujas de Zugarramurdi

El proceso inquisitorial de Logroño (1609-1610)

Zugarramurdi en la actualidad

El proceso inquisitorial más grave y de mayor trascendencia contra la brujería fue el que instruyó el tribunal de la Inquisición de Logroño y que culminó en un auto de fe celebrado el domingo 7 de noviembre de 1610 en el que se aplicaron penas muy duras: de los 29 acusados de brujería seis fueron quemados vivos y cinco en efigie porque habían muerto en prisión.[4]​ Según Joseph Pérez, "si lo comparamos con los centenares de ejecuciones que se producen al mismo tiempo en territorio francés, al otro lado de los Pirineos, este veredicto puede parecer clemente. En España resulta escandaloso".[6]

Poco después de que se celebrara el auto de fe Juan Mongastón publicó una relación del mismo en Logroño, que fue reeditada varias veces. Una de ellas data de 1811 y fue acompañada de unas notas críticas, calificadas en su tiempo de irreverentes, del escritor ilustrado Leandro Fernández de Moratín.[7]

Según Henry Kamen, esta excepción en la relativamente benigna trayectoria de la Inquisición en relación con el tema de la brujería, se explica por la influencia que tuvo la caza de brujas llevada a cabo en 1609 al otro lado de la frontera por el juez Pierre de Lancre ya que el pánico hacia las brujas se trasladó a los valles del norte de Navarra.[4]

El caso comenzó el 12 de enero de 1609 cuando los inquisidores de Logroño reciben noticias de reuniones de brujas y de brujos en aquella localidad de la montaña de Navarra, que junto con el País Vasco, desde tiempos medievales tenía fama de ser un territorio lleno de brujas. Concretamente el vicario de la localidad había recibido la confesión de una mujer llamada Graciana de Yriart [también conocida como Graciana de Barrenechea, esposa de Miguel de Goyburn][8]​ y de sus dos hijas [Estevania de Yriart y María de Yriart][8]​ y yernos de que eran brujos y éstos habían acudido a Logroño donde estaba la sede del tribunal que tenía la jurisdicción sobre Navarra. Cuando llegaron allí afirmaron que acudían a pedir justicia porque no eran brujos y si lo habían confesado al vicario "era porque los apretaron y amenazaron mucho si no los dezian". El problema fue que el hombre que los había acompañado a Logroño testificó que sí eran brujos y la Inquisición decidió encarcelarlos e inmediatamente remitió un informe al Consejo de la Suprema Inquisición el 13 de febrero de 1609. La Suprema contestó el 11 de marzo con un cuestionario compuesto de catorce preguntas para que los inquisidores se aseguraran de la veracidad de los hechos que se les imputaban. Pero los dos inquisidores creían en la realidad de la brujería, sobre todo cuando se presentaron ante el tribunal otras seis personas más quienes, según informaron los inquisidores a Madrid el 22 de mayo, eran "las mas principales cabeza y caudillo de todos aquellos brujos según que suficientemente les esta probado". Poco después uno de los inquisidores viajó a la montaña de Navarra y desde allí fue enviando presos a Logroño a los supuestos cómplices de los brujos y las brujas.[9]​ El inquisidor, cuyo nombre era Juan Valle Alvarado, según Caro Baroja, "pasó varios meses en Zugarramurdi y recogió muchas denuncias, según las cuales quedaban inculpadas hasta cerca de trescientas personas por delitos de Brujería, dejando aparte los niños. De estas personas fueron presas y llevadas a Logroño hasta cuarenta de las que parecieron más culpables".[5]

El "prado del Cabrón" (o aquelarre en euskera) donde supuestamente se reunían los brujos en Zugarramurdi estaba "al lado de una cueva o túnel subterráneo de grandes proporciones, verdadera catedral para un culto satánico o pagano simplemente, que está cruzado por el río o arroyo del Infierno, Infernukoerreka, y que tiene una parte donde es tradición que solía estar el trono del Diablo". Según se cuenta en la relación publicada por Mongastón, aparecía allí el Demonio, "sentado en una silla, que unas vezes parece de oro y otras de madera negra, con gran trono, magestad y gravedad… y con un rostro muy triste, feo y ayrado".[10]

Grabado del Compendium maleficarum (1608) de Francesco Mario Guazzo que muestra un momento del aquelarre: el "osculum infame" de una bruja al Demonio, que ha adoptado la forma de macho cabrío.

Así resume el acto del aquelarre Joseph Pérez:[6]

Se va a buscar al nuevo brujo [dos o tres horas antes de media noche], se le frotan las manos, el rostro, el pecho, las partes pudendas y la planta de los pies con agua verdosa y fétida, y luego se le hace volar por los aires hasta el lugar del aquelarre; allí aparece el demonio sentado en una especie de trono; tiene el aspecto de un hombre negro, con cuernos que iluminan la escena; el recién llegado reniega de la fe de Cristo, reconoce al demonio como dios y señor y le adora besándole la mano izquierda, la boca, el pecho y las partes pudendas; el demonio se da la vuelta y muestra su trasero, que el brujo ha de besar también

A continuación, según Caro Baroja, "el neófito es marcado con una uña por el mismo Demonio, sacándole sangre en una vasija. También le imprime una marca en la niña del ojo: la consabida figura del sapo". Según la relación de Mongastón, "acabado de hazer el reniego, el Demonio y demás Bruxos ancianos que están presentes, aduierten al novicio que no a de nombrar el nombre de Iesus, ni de la Virgen santa María, ni se ha de persignar, ni santiguar".[11]

En la relación del proceso publicada por Mongastón se explicaba con detalle lo que eran capaces de hacer los brujos y las brujas. En primer lugar las metamorfosis:[12]

Demas de los bayles, se huelgan quando están en el Aquellarre, saliendo a espantar y a hacer mal a los pasajeros, en figuras diferentes, para que no puedan ser conocidos: que el Demonio (al parecer) los transforma en aquellas figuras y apariencias, y en las de puercos, cabras y ovejas y otros animales, según es más a propósito para sus intentos.
Grabado alemán de 1626 que representa un aquelarre.

También desencadenaban tempestades que provocaban que los barcos naufragaran y que destruían las cosechas o lanzaban maleficios contra campos y bestias mediante unos polvos diciendo al mismo tiempo que los echaban Piérdase todo y salvo sea lo mío. El procedimiento de elaboración de los polvos y ponçoñas era descrito con gran detalle:[13]

Muchas veces en el año, siempre que los frutos y panes comiençan a florerecer, hazen polvos y ponçoñas, y para esto el Demonio a parta a los que han dado poder y dignidad de hazer ponçoñas y les dize el dia en que las han de hazer, y les reparte los campos, para que en cuadrillas vayan a buscar las sabandijas y cosas de que se an de hazer las dichas ponçoñas: y el dia siguiente salen por la mañana (llevando consigo açadas y costales) y luego el Demonio y sus criados se les aparecen, y los van acompañando a los campos y partes más lóbregas y cavernosas, y buscan y sacan gran cantidad de sapos y culebras, lagartos y lagartijas, limacos, caracoles y pedos de lobo (que son unas bolillas redondas que nacen por los campos a manera de turmas de tierra, que apretándolas hechan de si un humo de mucha cantidad de polvos pardos) y auiendolos juntados en sus costales los traen a sus casas y unas vezes en el Aquelarre y otras vezes en ellas (en compañía del Demonio) forjan y hazen sus ponçoñas.

Otro de los poderes que se atribuían a los brujos y brujas era su capacidad para provocar enfermedades e incluso la muerte mediante polvos y ungüentos mientras decían: "El señor te dé mal de muerte" (o tal enfermedad por tanto tiempo). La relación también cuenta horrendos casos de vampirismo, relacionados sobre todo con niños, que eran sacados de sus casas por los brujos y brujas por orden del Demonio.[14]

Todos estos detalles fueron incluidos en las sentencias leídas en el auto de fe celebrado en Logroño por lo tuvo que alargarse y duró dos días, el 7 y el 8 de noviembre de 1610. Dieciocho personas fueron reconciliadas porque confesaron sus culpas y apelaron a la misericordia del tribunal. Las seis personas que se resistieron fueron quemadas vivas, junto con la vieja María Zoraya, a pesar de que ésta sí había confesado. También fueron quemadas en efigie cinco más que ya habían muerto.[15]

El informe de Pedro de Valencia

En abril de 1611 el famoso humanista Pedro de Valencia presentó un informe sobre la relación publicada por Mongastón del proceso de Logroño que le había pedido el inquisidor general. En él afirmó, entre otras cosas, que en los hechos de Navarra había un fuerte componente de enfermedad mental: "Se deve examinar lo primero si los reos están en su juicio o si por demoníacos o melancólicos o desesperados". Así decía que su conducta "parece más de locos que de ereges y que se debe curar con açotes y palos más que infamias ni sambenitos". Finalmente Valencia aconsejaba: "Búsquese siempre en los hechos cuerpo manifiesto de delito conforme a derecho, y no se vaya a probar casso muerte ni daño que no ha acontecido".[16]

El informe de Pedro de Valencia se titulaba Discurso de Pedro de Valencia a cerca de los quentos de las Brujas y cosas tocantes a Magia y en él daba una explicación objetiva a las reuniones de brujos y brujas: que gentes cegadas por el vicio, "con deseo de cometer fornicaciones, adulterios o sodomías, ayan inventado aquellas juntas y misterios de maldad en que alguno, el mayor vellaco, se finxa Sathanas y se componga con aquellos cuernos y traxe horribe de obscenidad y suciedad que cuentan". Para apoyar su interpretación del aquelarre recurre a la comparación con las bacanales de la Antigua Roma, concluyendo: "todo mi sentimiento y afecto se inclina a entender que aquéllas hayan sido y sean juntas de hombres y mujeres que tienen por fin el que han tenido y tendrán todos los tales en todos los siglos, que es torpeza carnal".[17]

La investigación y el informe del inquisidor Alonso de Salazar y Frías

El Consejo de la Suprema Inquisición le pidió al tercer inquisidor, Alonso de Salazar y Frías, que se había mostrado contrario a la sentencias condenatorias de sus dos compañeros, que le enviara un informe completo después de visitar las comarcas del norte Navarra, llevando un edicto de gracia en el que se invitaba a sus habitantes a arrepentirse de sus errores sin que fueran castigados por ellos.[4]

Con el edicto de gracia en la mano, dado por la Inquisición el 26 de marzo de 1611, el inquisidor Salazar emprendió su misión. "Pero a medida que fue observando los casos, interrogando a los acusados y haciendo hablar a la gente de modo liso y llano, su criterio fue perfilándose más, hasta que llegó a dar como falsas la mayoría de las actuaciones atribuidas a los brujos en aquel caso concreto", según afirma Julio Caro Baroja. En marzo de 1612 Salazar redactó un primer memorial, al que siguió otro que remitió a la Suprema el 3 de octubre de 1613. En esos informe Salazar afirma haber absuelto ad cautelam a 1384 niños y niñas (entre seis y catorce años, los niños, y entre seis y doce, las niñas) y a 41 adultos y reconciliado a 290. De todas estas personas 81 revocaron sus confesiones anteriores.[18]

La conclusión del memorial de Alonso de Salazar y Frías es que los fenómenos de brujería investigados son historias inverosímiles y ridículas[6]​ y "todo lo que la relación de Logroño da como cierto, todo lo que comenta De Lancre con gravedad, cae como embuste y patraña ante el método experimental de don Alonso. Los casos se presentan con una abundancia abrumadora" (y "no sale dello cosa comprovada", según Salazar).[19]​ Por ejemplo, en cuanto al modo de ir y volver a los aquelarres mediante ungüentos y polvos que les permitían a los brujos y brujas acudir volando, Salazar dice que "se verificó por sus mesmas declaraciones o por otras comprobaciones y algunas también por declaraciones de médicos y experiencias palpables, haver sido todas y cada una de ellas echas con embuste y ficción, por medios y modos yrrisorios". Pero Salazar aún va más lejos pues les demuestra a los supuestos brujos y brujas que las cosas que dicen no han ocurrido en realidad,[20]​ concluyendo que "e tenido y tengo por muy mas que cierto que no a pasado real y corporalmente ninguno de todos los actos deducidos o testificados en este negocio".[21]​ De lo que concluía que en el proceso de Logroño no se había actuado con la rectitud y "cristiandad" debida porque se había coaccionado a los procesados prometiéndoles la libertad si se declaraban culpables; no se habían consignado muchas revocaciones de testimonios anteriores, incluso de gentes en trance de morir; y no se había acabado de "aberiguar la noticia que tuvieron de que las dos primas y principales descubridoras desta complicidad se jatauan que era mentira".[22]

Además Salazar aseguraba que eran los libros y, sobre todo, los sermones sobre la brujería los que hacían que ésta se extendiera, por lo que recomendaba que no se le diera publicidad, convencido de que la brujería acabaría por desaparecer si se dejaba de hablar de ella.[6]​ Uno de los ejemplos que aportaba era lo sucedido en Olagüe, cerca de Pamplona, donde tras la predicación de un fraile la gente empezó a creer ciegamente en la existencia de brujos y de brujas.[21]​ Salazar concluía:[23]

No he hallado certidumbre ni aun indicios de que [se pueda] colegir algún acto de brujería que real y corporalmente haya pasado. […] Y así también tengo por cierto que en el estado presente, no sólo no les conviene nuevos edictos y prorrogaciones de los concedidos, sino que cualquier modo de ventilar en público estas cosas, con el estado achacoso que tiene, es nocivo y les podría ser de tanto y de mayor daño como el que ya padecen. No hubo brujas ni embrujados en el lugar hasta que se comenzó a tratar y escribir de ellos.

La reacción del Consejo de la Suprema Inquisición

El informe de Alfonso de Salazar fue asumido por la Suprema que dio nuevas instrucciones a los tribunales en agosto de 1614 en las que se recogían casi todas las ideas del inquisidor, quien, como destacó Julio Caro Baroja, "se adelantó de modo considerable a los que difundieron en Europa ideas concebidas en el mismo sentido", como el famoso jesuita alemán Friedrich Spee.[24]​ Un resultado concreto de las nuevas instrucciones fue que se intentó reparar a las víctimas del auto de fe de Logroño ordenando que sus sambenitos no quedaran expuestos en ninguna iglesia, y de esa forma, como señala Henry Kamen, "no cayó ningún estigma sobre ellas o sus descendientes".[25]

Referencias

  1. Caro Baroja, Julio (2003). pp. 209-210.  Falta el |título= (ayuda)
  2. Caro Baroja, Julio (2003). pp. 212-221.  Falta el |título= (ayuda)
  3. Caro Baroja, Julio (2003). pp. 221-224.  Falta el |título= (ayuda)
  4. a b c d Kamen, Henry (2011). p. 263.  Falta el |título= (ayuda)
  5. a b Caro Baroja, Julio (2003). p. 226.  Falta el |título= (ayuda)
  6. a b c d Pérez, Joseph (2012). p. 80.  Parámetro desconocido |año-orginal= ignorado (ayuda); Falta el |título= (ayuda) Error en la cita: Etiqueta <ref> no válida; el nombre «perez80» está definido varias veces con contenidos diferentes
  7. Caro Baroja, Julio (2003). p. 225.  Falta el |título= (ayuda)
  8. a b Caro Baroja, Julio (2003). p. 230.  Falta el |título= (ayuda)
  9. Caro Baroja, Julio (1996). pp. 159-164.  Falta el |título= (ayuda)
  10. Caro Baroja, Julio (2003). pp. 227-228.  Falta el |título= (ayuda)
  11. Caro Baroja, Julio (2003). p. 228.  Falta el |título= (ayuda)
  12. Caro Baroja, Julio (2003). p. 231.  Falta el |título= (ayuda)
  13. Caro Baroja, Julio (2003). pp. 232-233.  Falta el |título= (ayuda)
  14. Caro Baroja, Julio (2003). pp. 233-234.  Falta el |título= (ayuda)
  15. Caro Baroja, Julio (2003). pp. 234-235.  Falta el |título= (ayuda)
  16. Kamen, Henry (2011). pp. 264-265.  Falta el |título= (ayuda)
  17. Caro Baroja, Julio (2003). pp. 237-240.  Falta el |título= (ayuda)
  18. Caro Baroja, Julio (2003). pp. 240-241.  Falta el |título= (ayuda)
  19. Caro Baroja, Julio (2003). p. 243.  Falta el |título= (ayuda)
  20. Caro Baroja, Julio (2003). p. 242.  Falta el |título= (ayuda)
  21. a b Caro Baroja, Julio (2003). p. 245.  Falta el |título= (ayuda)
  22. Caro Baroja, Julio (2003). p. 244.  Falta el |título= (ayuda)
  23. Kamen, Henry (2011). p. 264.  Falta el |título= (ayuda)
  24. Caro Baroja, Julio (2003). pp. 246; 258.  Falta el |título= (ayuda)
  25. Kamen, Henry (2011). p. 265.  Falta el |título= (ayuda)

Bibliografía