Enriquillo

Casique de Bahoruco
Esta es una versión antigua de esta página, editada a las 16:34 10 ene 2023 por Ernesto Rodgar (discusión · contribs.). La dirección URL es un enlace permanente a esta versión, que puede ser diferente de la versión actual.

Enrique Bejo (ca. 1498, lago Jaragua, cacicazgo de Jaragua - 27 de septiembre de 1535, Sabana Buey, Llano de Baní), más conocido como Enriquillo, fue un noble taíno que se alzó en rebelión contra las autoridades españolas de la isla de La Española, convirtiéndose en cacique de Bahoruco, y tras aceptar la autoridad española lo sería de Boyá.

Enrique Bejo
Cacique de Boyá y Bahoruco

Estatua de Enriquillo en el Museo del Hombre Dominicano, Santo Domingo
Cacique de Boyá
1533-27 de septiembre de 1535
Sucesor Mencía de Guevara y Martín de Alfaro
Cacique de Bahoruco
1519-4 de agosto de 1533
Información personal
Tratamiento Don
Nacimiento ca. 1498
Bandera de Castilla Lago Jaragua, Cacicazgo de Jaragua, Isla Española, Virreinato de las Indias, Corona de Castilla
Fallecimiento 27 de septiembre de 1535
Bandera del Imperio español Sabana Buey, Llano de Baní, Santo Domingo, Virreinato de las Indias, Corona de Castilla
Religión Católica
Apodo Enriquillo
Familia
Cónyuge Mencía de Guevara

Fue uno de los indios encomendados en el repartimiento de Alburquerque bajo el cargo de Francisco Valenzuela en San Juan de la Maguana: tras que el hijo del encomendero tratara de abusar de su esposa se quejó ante el Teniente de Gobernador de la villa, Pedro de Vadillo, quien en vez de apoyarle lo encarceló y tras ser liberado trató de conseguir infructuosamente justicia en la Audiencia y Cancillería Real de Santo Domingo.

En 1519 iniciaría su alzamiento en la sierra de Bahoruco que perduraría hasta 1533; se pudo prolongar tanto tiempo porque durante años apenas causó inquietud. Durante aquellos años siguió con sus costumbres españolas y siguiendo rezando el Padrenuestro y el Avemaría.[1][2]

En 1533 puso fin a su rebelión tras aceptar la paz de los españoles, siendo reconocido por la corona española con el título de don —ostentado solo por la nobleza—, desde entonces fue llamado como Don Enrique.

Su historia fue idealizada por el romanticismo décimononico en la novela Enriquillo de Manuel de Jesús Galván donde se le es creado un origen ficticio y sucesos no ocurridos. La novela es tomada casi como verídicamente histórica por parte de la historiografía dominicana.

Primeros años y alzamiento

Nacimiento y juventud

Nació a orillas del lago Jaragua (actualmente lago Enriquillo), fue educado en un convento por frailes de la Orden Franciscana y mostró desde un inicio que sería católico apostólico romano y preservaría la fe. Sabía leer, escribir y hablaba muy bien la lengua española.

Tiempo después el cacique Enrique Bejo recibiría el sacramento del matrimonio junto a la mestiza Mencía de Guevara, hija del español Hernando de Guevara y de Ana de Guevara (Higuemota), hija de la cacique Anacaona.[2]

Encomienda y pleito

Fue encomendado en 1514 a Francisco Valenzuela en la villa de San Juan de la Maguana, para quien trabajaba y de quien recibía un trato respetuoso. Tras la muerte de Francisco, su hijo Andrés heredó el repartimiento y maltrató a Enrique Bejo, quitándole una yegua que tenía y abusando de Mencía. Enrique se quejaría con el Teniente de Gobernador de San Juan de la Maguana, Pedro de Vadillo, que no castigaría lo hecho por Andrés, trataría mal a Enrique y lo apresaría. Vadillo liberaría a Enrique luego de ser amenazado y tras ser liberado se trasladó a la Ciudad de Santo Domingo para quejarse ante la Real Audiencia de Santo Domingo. El tribunal proveyó que le fuese hecha justicia, sin embargo no se cumplió porque Enrique volvió a San Juan de la Maguana remitido por Vadillo y al regresar a la villa fue tratado peor.[2]

Alzamiento

 
Estatua de don Enrique en la Provincia Independencia

Estaría soportando los agravios hasta que determino empezar su alzamiento en 1519, yéndose al monte y la sierra de Bahoruco con un grupo de indios. Durante su rebelión el salió de través algunas veces a los caminos con sus indios y mató algunos españoles, robándoles en el proceso y tomó algunos millares de pesos de oro, también causaría daños en pueblos y en los campos. El estado de cosas se pudo prolongar tanto en el tiempo porque durante años apenas causaron inquietud. Él y sus indios estaban huidos como tantos otros, pero apenas dañaban los intereses hispanos.[1]

Búsqueda de pacificación

La reina manda a Barrionuevo

 
El emperador Carlos V y la emperatriz Isabel de Portugal, retrato de Pedro Pablo Rubens

El 4 de julio de 1532 Isabel de Portugal, quien llevaba las riendas de la regencia de los Reinos de España en ausencia de su esposo, el emperador-rey Carlos V, viendo las cartas que le llegaban de los oidores de la Audiencia de Santo Domingo sobre los daños que habían causado Enrique y sus indios ordenaría enviar 200 hombres con el Capitán Francisco de Barrionuevo para que remediara lo ocurrido. Se mandaría que se le diese seguro a Enrique y el resto de indios que estaban rebelados con él para que se adhirieran en obediencia al rey de España, fuesen perdonados y bien tratados pero en el caso de que no quisieran estar bajo su obediencia se les hiciera la guerra, de manera que no faltase el castigo a proporción de sus méritos.[3]

El 21 de febrero de 1533 llegarían los españoles que pacificarían la rebelión. La Audiencia dominicana observando el mandamiento real quiso saber la opinión de las principales personalidades de la Ciudad de Santo Domingo y se juntaron para conversar en la forma que se debía tener la pacificación en Bahoruco. Después de haberse consultado se acordó que el Capitán Barrionuevo fuera primero a lograr la paz y de no darse el caso que usaran las armas.[2]

Búsqueda de Enrique

El 8 de mayo de 1533 el Capitán Barrionuevo partió de la Ciudad de Santo Domingo en busca del cacique Enrique en una carabela con treinta dos hombres junto con otros tantos indios, yendo de puerto en puerto por el sur de la isla hasta llegar a la villa de Villanueva de Yáquimo, bajo de las sierra de Bahoruco, y en todo el camino no halló rastro alguno, ni humo, ni indicio de que se pudiese presumir dónde se pudiese hallar a Enrique y sus indios. Duraría dos meses sin tener señales, sin embargo un día subió por la costa de un río y halló una población de indios despoblada de gente; pero había en torno a ella comida de conucos que no se consintió que se tomase por el Capitán Barrionuevo para no alterar y tras esto retorno al mar y acordó enviar guías a la villa de la Yaguana. Se envió un indio con una carta que decía saber dónde estaba Enrique pero nunca apareció de nuevo y tras pasar 20 días esperando el Capitán Barrionuevo, acordó ser él mismo el mensajero e ir en persona con una india guía y con treinta hombres fue a buscar a Enrique donde aquella india decía que Enrique tenía sus labranzas donde se le hallaría.

Tras caminar tres días y medio se encontró una labranza y andando buscándose agua para beber se hallaron cuatro indios, los cuales todos se tomaron y de aquéllos se supo que Enrique estaba en la laguna Comendador Aibaguanex. Mandó el Capitán Barrionuevo que no se tocase en cosa alguna, excepto algunas calabazas que se tomaron para llevar agua. Desde allí hasta la laguna había un camino hecho a hacha y a mano que podía ir una carreta y venir otra por la anchura del; y por allí, según se mostraba, llevaron los indios trece canoas que tenían, hasta la laguna. Siguiendo por el camino los españoles oyeron los golpes de una hacha dentro del monte y sentidos aquellos golpes envió el Capitán Barrionuevo por todas partes los indios que llevaba que tomaron al indio que cortaba leña. Se le pregunto a aquel indio donde estaba Enrique y este dijo dónde se hallaría, tras aquello partieron y llegados a la laguna fueron vistos unos indios que estaban fuera de ella, los cuales al instante se comenzaron a vociferar y se recogieron en las canoas que allí tenían; comenzaron a dar golpes con los remos en las canoas y los indios vociferaban a la mar, capitán; a la mar. capitán.

El Capitán Barrionuevo no quiso responder pero los españoles le decían que respondiese; pero él les dijo:

Esos indios tienen capitán e no sabemos si le llaman a él o a mí.

Entonces el Capitán Barrionuevo salió de la sabana y llegó a las costa de la laguna donde habló con los indios de las canoas que les preguntó dónde estaba Enrique porque le iba a hablar en nombre del rey y le daría una carta suya, también les rogó que tomasen una india que él llevaba que había estado anteriormente con Enrique y le conocía muy bien, para que ella informe su venida, lo cual hicieron.

Al día siguiente volvieron dos canoas donde vino un indio jefe con doce indios y la india guía llamado el Capitán Martín de Alfaro, pariente de Enrique. Salieron todos en tierra con sus lanzas y espadas, se aparto el Capitán Barrionuevo de los españoles se abrazó con el Capitán Alfaro y el resto de indios que con él que tras aquello retornaron a sus canoas menos el Capitán Alfaro que quedó hablando con el Capitán Barrionuevo. Tras su plática se determinó que el Capitán Barrionuevo iría donde Enrique contra la voluntad de los los españoles que le acompañaban. El Capitán Barrionuevo tomó consigo hasta 15 hombres y dejó el resto con los indios que había llevado, tras esto partiría con el Capitán Alfaro.[2]

Entrevista de Enrique y Barrionuevo

 
Obra de Joaquín Vaquero Turcios, en el Museo de las Casas Reales, Santo Domingo, que muestra a Carlos V y a Enriquillo

Tras descansar el Capitán Barrionuevo a las cercanías al día siguiente le dijo al Capitán Alfaro que fuese él y su gente. Tras traer a los españoles que había dejado con los indios fueron donde estaba Enrique, al estar allí se abrazaron y se fueron a sentar sobre la manta de algodón que Enrique tenía en la sombra de un gran árbol. El Capitán Barrionuevo mandó a los españoles a su lado, apartados un poco de él, y Enrique mandó a sus indios que se sentasen al otro lado y tras eso el Capitán Barrionuevo le dijo a Enrique:

Enrique: muchas gracias debéis dar a Dios nuestro Señor por la clemencia y misericordia que con vos usa en las mercedes señaladas que os hace el Emperador Rey nuestro señor, en se acordar de vos, y os querer perdonar varios yerros e reduciros a su real servicio e obediencia, y querer que, como uno de sus vasallos, seáis bien tractado, y que de ninguna cosa de las pasadas se tenga con vos memoria; porque os quiere más enmendado y por su vasallo y servidor, que no castigado por vuestras culpas, porque vuestra ánima se salve y sea de Dios, y no os perdáis vos e los vuestros; sino que, como cristiano (pues rescebistes la fe y sacramento del sancto baptismo), seáis rescebido con toda misericordia, como más largamente lo veréis por esta carta que Su Majestad, haciéndoos estas mercedes que he dicho, y las que más os hará, os escribe.

Y acabado de decir esto le otorgó la carta a Enrique, la cual tomó en la mano pero se la devolvió y le dijo que le rogaba que se la leyera porque tenía malos los ojos. Entonces el Capitán Barrionuevo la tomó y leyó alto para que todos los que estaban la pudieran oír y entender. Tras leerla se la regresó Enrique y le dijo:

Señor don Enrique, besad la carta de Su Majestad e ponedla sobre vuestra cabeza.

Enrique, tras hacer lo ordenado, el capitán Barrionuevo le entregó otra carta pero de la Real Audiencia, sellada con el sello real y le dijo:

Yo vine a esta isla por mandado del Emperador Rey, nuestro señor, con gente española de guerra, para que con ella y toda la que más hay en aquesta isla, os haga guerra. E mandóme Su Majestad que de su parte os requiera primero con la paz para que vengáis a su obediencia y real servicio; y si así lo hiciéredes, os perdona todos los yerros y cosas pasadas, como por su real carta ya habéis sabido. Y así de su parte os mando e requiero que lo hagáis, porque haya lugar que se use con vos tanta liberalidad y clemencia. E mirad que sois cristiano, e temed a Dios e dadle infinitas gracias, e nunca le desconozcáis tanta misericordia, pues que os da lugar que os salvéis, y no perdáis el ánima ni la persona; porque, aunque hasta aquí él os ha guardado de los peligros de la guerra, ha seído porque cuando os alzastes, tuvistes alguna causa para apartaros de aquel pueblo donde vivíades; pero no para desviaros del servicio de Dios y de vuestro Rey. Porque, en fin, si a noticia de Su Majestad llegara que habiades rescebido algún agravio, sed cierto que lo mandara muy enteramente remediar y castigar, de manera que fuérades satisfecho y contento. Pero, ya que todo aquello es pasado, os digo e certifico que si agora no venís de corazón y de obra a conoscer vuestra culpa y a obedescer a Su Majestad, perdonándoos como os perdona, que permitirá Dios que os perdáis presto, porque la soberbia os traerá a la muerte. Y quiero que sepáis que la guerra no se os hará como hasta aquí se os ha fecho en el tiempo pasado; ni os podréis esconder, aunque fuésedes un corí o un pequeño gusano de debajo de la tierra; porque la gente de Su Majestad es mucha, y el poder real suyo el mayor que hay en el mundo. Y entraros han por tantas partes, que de lo más hondo y escondido os sacarán. Y acordaos que hace trece años o más que no dormís seguro ni sin sobresalto e congoja e temor grande, así en la tierra como en la mar; e que no lo habéis con otro cacique que tan pocas fuerzas tenga como vos, sino con el más alto e más poderoso señor e rey que hay debajo del cielo, a quien otros reyes y muchos reinos obedescen, e temen e le sirven. Y creed que si Su Majestad fuera informado de lo cierto, que ha mucho tiempo que vos fuérades enmendado o castigado si no viniérades a su merced; porque es de su real e católica costumbre y clemencia, mandar primero amonestar que castigar a quien le desirvió algún tiempo; pero, hecho este cumplimiento, ninguna cosa desta vida basta para defender a ningún culpado de su ira e justicia. E así os digo que ni tampoco creáis que si viniéredes (como creo que vernéis), a conoscer lo que se os ofresce, e a ser el que debéis en vuestra obediencia e servicio, que os conviene, por ningún caso deste mundo, tornar a la rebelión en ningún tiempo; porque su indignación sería muy mayor, y el castigo ejecutado en vos y en vuestra gente con mayor rigor; porque hallaréis muy buen tractamiento en sus gobernadores y justicias, e ningún cristiano os enojará que deje de ser punido e castigado muy bien por ello. Por tanto, alzad las manos al cielo, e dad infinitos loores a Jesucristo por las mercedes que os hace, si hiciéredes lo que Su Majestad os manda e yo en su real nombre os requiero. Porque si amáredes vuestra vida e la de los vuestros, amaréis su real servicio e la paz, libraréis vuestra ánima e las de muchos, e daréis seguridad a vuestra persona e a las de todos aquellos que os siguen. E Su Majestad terná memoria de vos para haceros mercedes, e yo, en su nombre, os daré todo lo que hobiéredes menester; y os otorgaré la paz e seguro, e capitularé con vos cómo viváis honrados y en la parte que os pluguiere escoger en esta isla, con vuestra gente y con toda aquella libertad que gozan los otros vasallos cristianos e buenos servidores de Su Majestad. Así que, pues me habéis entendido, decidme vuestra voluntad y lo que entendéis hacer.

Enrique quien estuvo muy atento a lo dicho por el español respondió:

Yo no deseaba otra cosa sino la paz, y conozco la merced que Dios y el Emperador nuestro señor me hacen en esto, y por ello beso sus reales pies y manos; e si hasta agora no he venido en ello, ha seído a causa de las burlas que me han hecho los cristianos, e de la poca verdad que me han guardado, y por esto no me he osado fiar de hombre desta isla.
Enrique

Enrique tras relatar toda su travesía hasta inicios de su alzamiento se levantó y se apartó con sus Capitanes, habló con ellos y luego volvió donde el Capitán Barrionuevo aceptando de su parte la paz. Dijo que tomaría a todos los otros indios que andaban peleando en otros lugares de la isla y cuando los españoles le contaron sobre los negros rebelde dijo que los tomaría, incluso diciendo que él mismo lo haría. De allí en adelante sus indios le llamaban don Enrique, mi señor, porque vieron que en la carta real se le llamaba de dicha forma. Posteriormente cenarían los indios y españoles, retirándose los últimos luego a la Ciudad de Santo Domingo.[2]

Posterior al al alzamiento

Carta de Enrique al Rey

En 1534 Enrique le envió una carta a Carlos I donde le demostraba su vasallaje con el rey católico:[4]

con francisco de barrionuevo governador de la tierra firme reçebi vna Real cedula devuestra magestad por la qual y por las crecidas mercedes que por ella vuestra magestad me manda hazer beso los ynperiales pies y manos de vuestra magestad luego que vi su Real mandado con la obidiencia devida y como su menor vasallo la obedeci y puse en efecto y asi todos los yndios de my tierra y yo nos benymos a los pueblos de los españoles y despues de yo aver ydo asegurar algunos cimarrones que andavan por las otras partes de esta ysla vine a esta cibdad a consultar con el presidente y oydores algunas cosas que a seruicio de vuestra magestad convenya para en paz y sosiego de la tierra y en ellos y en todos los demas españoles he hallado mucha voluntad y asi yo me parto para procurar de (roto)... der y desarraygar algunos otros yndios que andan syn venir a vuestro Real seruicio en el qual me ocupare todos los dias de my vida a toda my posibilidad. a vuestra magestad suplico que en el numero de sus seruidores y vasallos sea yo contado por vno dellos. y por que yo he comunicado con el padre vicario prounicial de nuestra señora de la merced frey francisco de bobadilla al qual de my yntencion y obras hara relacion a vuestra magestad suplico cerca dello le mande dar abdiencia nuestro señor la sacra catolica real magestad con acrecentamiento de mayores reynos y señoríos prospere y abmente como su ynperial corazon desea de santo domingo.
Enrique

Muerte

El 27 de septiembre de 1535 murió Enrique en Sabana Buey. El Escribano de la Audiencia, Diego Caballero, le daba la noticia de la muerte de Enrique a Carlos I así:

El Cacique Don Enrique, falleció. Murió como buen cristiano, habiendo recibido los sacramentos y se hizo traer a enterrar un pueblo de esta isla que se dize la villa de Açua. Hizo testamento y mando que su mujer Doña Mencía y un primo suyo que se dezía el Capitán Martín de Alfaro, fuessen caciques en su lugar.

Teoría de Guarocuya o Huarocuya

Supuesto origen

La mayoría de los historiadores concuerdan en que Enriquillo y el cacique Guarocuya eran la misma persona.[5]​ En tal caso, Enriquillo pertenecía a la alta aristocracia del cacicazgo de Jaragua. Guarocuya era sobrino de Anacaona, hermana del cacique de Jaragua Bohechío y su eventual sucesora cuando Bohechío fue muerto. Anacaona estaba casada con Caonabo quien era el cacique del reino vecino de Maguana. Una minoría de historiadores difieren alegando que Guarocuya fue capturado y ahorcado. La mayoría de los historiadores creen que ambos rebeldes fueron la misma persona, y que los reportes de la muerte de Guarocuya son idénticos a las versiones más verificables sobre la muerte de Anacaona. Esto brinda la posibilidad de que las historias hayan sido confundidas. También ha sido documentado que Enriquillo estaba casado con la mestiza Mencía, nieta de Anacaona.

Posteridad

Según una antiquísima tradición, el cacique Enriquillo se asentó en el área que es hoy la provincia de Monte Plata, y residió en el yucateque (pueblo) de Boyá. La tumba se convirtió en lugar de peregrinación por parte de los nativos y por esta razón los españoles decidieron construir sobre su tumba la iglesia de Nuestra Señora de Aguas Santas de la comunidad de Boyá en la Provincia de Monte Plata, para dislocar el verdadero lugar del santuario de semejante líder. También se afirma que el Cacique murió alrededor de 1536 de unos 40 años de edad.

Ahí descansan sin ninguna honra oficial sus restos a pesar del Decreto 6885 del 29 de septiembre de 1950, aparecido en la Gaceta Oficial n.º 7193 del 18 de octubre de 1950, que consagra del 27 de septiembre como Día del Héroe de Bahoruco.

Referencias

  1. a b Esteban Mira Caballos (27 de febrero de 2022). «GUAROCUYA. EL TAÍNO QUE DERROTÓ AL IMPERIO ESPAÑOL». 
  2. a b c d e f Fernández de Oviedo Valdés, Gonzalo (1854). Historia general y natural de las Indias, islas y tierra-firme del Mar Océano, Volumen1.. 
  3. Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y colonización de las posesiones españolas en América y Oceanía. 1864. Archivado desde el original el 12 de agosto de 2013. Consultado el 10 de junio de 2022. 
  4. Rodríguez Demorizi, Emilio. Una Carta de Enriquillo. 
  5. Ozuna, Ana. “Rebellion and Anti-Colonial Struggle in Hispaniola: From ...” The Journal of Pan African Studies, May 2018. http://jpanafrican.org/docs/vol11no7/11.7-5-Ozuna.pdf.

Véase también